domingo, 30 de marzo de 2008

Shianoukville

Una vez entendida esta urbe, y con información que asimilar, la playa, era el destino obligado, así que llegamos Shianouk Ville, donde escribí:

Shianoukville

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"...Parece que de alguna manera, estamos combinando ciertos factores que determinan nuestro destino cada día, nuestra positividad, fé y determinación nos han traído al paraíso.

Aquí las mafias chinas y rusas disfrutan de una estratégica situación, los ricos fruto de la corrupción y la desigualdad, se codean en partidas de Pocker o en lujosos burdeles; y en otras playas atestadas de mochileros, la espuma del mar ha perdido protagonismo y la de la cerveza llena jarras y jarras hasta el amanecer.

Y sin saber cómo, todo esto queda lejos y nosotros salvajeamos en una playa casi desierta.

Llegamos a la ciudad y nos abordaron conductores de "tuc-tuc", vendedores de droga, comerciales de las "guest houses" y hasta occidentales afincados en el sureste. Consumidos por la dureza de este mercado y la poca predisposición tras un tranquilo viaje en autobús, salimos por patas.

La oficina de turismo estaba cerrada, nos seguían los taxistas y compañía; y como oasis o una embajada en tiempos de guerra, avistamos "Paco´s Tapas Bar", y allí estaba nuestro embajador, con su camiseta del toro de Osborne, de Madrid, con su calva y su coleta. Graciosamente resentido por sus años hippies, se aproximó sonriente y cabizbajo, y todos nos presentamos, intercambio rutinario de perfiles, y marchamos con buen consejo; dirigirnos a las playas salvajes.

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Y aquí estamos, en Otres Beach, con kilómetros de arena blanca y aguas cristalinas. En vez de palmeras hay pinos en la orilla, y las jumas y el césped, luchan con la arena por el dominio del territorio. Hay una línea de "guest houses" y restaurantes a pie de playa, todo es bastante caro y nos desanimó a primera vista, pero llegados, tras 3 meses a nuestra primera playa, teníamos que disfrutarlo, así que pagamos el desorbitado precio de 6US$ por la habitación a pie de playa, literal, 2m y al agua, y allí pasamos la primera noche..."

Y allí perdimos la cuenta, la matemática se nos había caído con la flojera de los dedos al relax de las hamacas. No importaban los días que estuviéramos, desde el segundo día nos dieron alojamiento gratuito en una estructura de madera, a modo de bungalow sin paredes, pero innecesarias igualmente, ya que contaba con barandillas y estaba a suficiente altura para que los animales tuvieran complicado el conquistarnos.

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La familia que se encargaba de la "guest house" era entrañable y característicamente Camboyana, nada corrompidos por nuestros interesados valores; y al conocer nuestra situación hicimos un espontáneo intercambio, ellos nos dejaron dormir allí y nosotros íbamos al mercado y si cocinábamos para nosotros, lo hacíamos para ellos.

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La tortilla de patata les encantó y la incluyeron en su menu.

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Aemás de ellos, hubo otro grupo que hizo feliz nuestra estancia en aquella playa; este grupo eran las niñas que vendían marisco y fruta, también daban masajes y hacían la manicura; y buscaban turistas en momentos de flojera atacando con las técnicas comerciales más depuradas. En un grupo de 7 u 8 solo un par eran mayores de edad y la más pequeña, Tiea:

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...era espectacularmente espabilada; respaldada por sus hermanas y compañeras de trabajo, vacilaba, convencía y siempre vendía lo que se propusiera.

Nosotros tristemente tanto para ellas como para nosotros, no eramos el cliente habitual de sus servicios; ojala nos pudiéramos permitir marisco y fruta a todas horas, y masajito y pedicura después... pero encontramos algo mucho más bonito que nos unió, algo mucho más humano; y esto fue el acercamiento, el interés por las vidas de los unos y los otros y el jugar.

Nos decían que nunca nadie jugaba con ellas, y como no había más playa que explorar ni turistas a los que acechar se unieron a juegos en el agua, dejaron sus bandejas y los utensilios de trabajo y vestidas de arriba a abajo, que así es como se baña la mujer en Camboya, se metieron a jugar con nosotros.

Sacamos toda nuestra infancia a relucir, tratando de recordar juegos de pelota en el agua, haciendo castillos humanos en el mar, tirandonos contra las olas etc. A esto se unieron también los niños del carbón, que pasaban el día preparando carbon vejetal en la explanada y lo vendian a los chiringuitos para las chimeneas y las cocinas. Así que cada tarde teníamos nuestra cita en el jardin de infancia, a darles un toque de distinción a la vida de esta gente.

Tras muchas tortillas de patata, partidas al billar en la guest house de los colegas, marisco regalado y tardes enteras de juegos en el agua, conversaciones intentando resolver sus conjeturas respecto a nuestra sociedad occidental y su manera de entenderla. De repente nos dimos cuenta de que nos habíamos atornillado en ese escenario y sin querer los días estaban pasando, así que decidimos reanudar las planificaciones de donde y cuanco era el próximo destino.

Paramos a ver a nuestro paisano consejero, y nos dio el nombre de una isla, y poca más información.

Directos al getto

Tan sólo tres calles, entre trastiendas de hoteles y casinos lujosos, un lago espeso de aspecto masticable dibujaba el contorno del arrabal; en él además de nuestro getto, algunas calles de tierra infestadas de burdeles baratos, talleres y chatarra.

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Al paso por estas calles, hasta los perros alían nuestra procedencia y ladraban como guardianes de un submundo que nada tenía de agradable.

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Los chatarreros tapados hasta los ojos,para evitar que la dureza del sol abrase su piel, y que la polución y los humos, se filtren con sus turbantes. A simple vista parecen guerrilleros "Kemer" de cacería, y con los perros en furia, y las chabolas mugrientas, uno se intimida; pero con la misma rapidez te conquistan sus sonrisas, te confunden con su humor picaresco y te das cuenta de que, la hostilidad se queda en la apariencia y que, Phnom Phen, aunque con armas de por medio y una reciente historia de sangre, es una ciudad que transmite la esperanza del desarrollo y la gratitud a los tiempos de paz.

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En nuestro getto, el de los mochileros y viajeros de bajo presupuesto, dada la gran demanda, al bajar del tuc-tuc, o de la moto-taxi, o simplemente dando un par de pasos en la calle; como en las películas del Bronx, locales sentados en las aceras, niños, ancianos y toda persona no turista te ofrece de todo: Droga, cómo no; libros "pirata" (fotocopias de guias "lonely planet" y algunos best-sellers) o un tour para ir a disparar armas de cualquier tipo, y si lo pagabas, hasta matar una vaca con un Bazoka, no es broma.

La primera impresión de Phnom Phen, dado el shock y el lugar donde fuimos a parar, no fue muy positiva. En parte me sentía responsable, estando ahí, de alimentar ese mercado de todo lo que puedas pagar, que los occidentales hemos creado. Todo lo ilegal o moralmente prohibido en nuestras tierras lo podías encontrar ahí, y más barato.

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Leyendo algo sobre la historia de este país y saliendo de aquél arrabal a pasear la ciudad, Phnom Phen me conquistó. Solo imaginar el 17 de abril del 75 tras la victoria de los Khemeres Rojos, y el calvario de un nación que perdió el 25% de la población exterminada por sus propios camaradas. Os recomiendo una película donde entenderéis cómo fue aquel día para esta ciudad. "The Killing Fields".

Corrupción

En China, el primer personaje digno de mención, Mike. Apuñaló aun hombre que intentó atracarle y lo irió de gravedad; solución: pagar a la policía los costes de hospitalización y un extra para que lo encerraran por robo.

En Tailandia, país de duras leyes y altas penas por tenencia ilícita de estupefacientes, unos dólares arreglan cualquier cosa en el momento.

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En Laos, sin cortarse un pelo y teniendo en la mayoría de los bares el famoso "Special Menu", que significa: bolsas de marihuana, pizzas condimentadas, batidos de "magic mushrooms"... En los propios bares donde compras puedes leer el importe de la multa: "500US$ on the spot", que quiere decir algo así como "...al señor agente en el momento"

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Una infracción de las reglas de circulación en Camboya, que hay que estar aquí para ver lo que se entiende por reglas de circulación; se soluciona con un billete de 10US$ en el pasaporte y una gran sonrisa en la boca.

Todo esto es lo básico que se ve, por lo que un mero viajero puede apreciar. Pero si juntamos las mansiones que se ven cerca de las aldeas de paja y los animales hambrientos; y los Lexus y los Mercedes, con matrícula militar, conducidos por funcionarios que cobran un sueldo de 30US$ al mes, como mucho nos hacemos a la idea de que algo no cuadra.

Y tras todos estos pensamientos pasadas casi 10h de viaje, con un final de carrera espeluznante, conducidos por un hombre que combinaba, optimismo temerario, con ganas de sentirse especiál y habilidoso en las polvorientas carreteras; atestadas de niños, animales, luces, bicis, máquinas y caos llevadero y sonriente. Y por fin llegamos a Phnom Phen, capital de Camboya.

La frontera más minimalista jamás vista

Salíamos de las islas, en una de estas largas y estrechas embarcaciones de madera llenas de grietas donde es más importante achicar el agua que filtra, que dirigir el propio timón.

Tras el barco el bus de turistas, una vez más nos fue imposible tomar una ruta alternativa, y sin escapatoria nos subimos a la clase turista, los únicos que demandamos esa ruta de forma regular; la otra opción era auto-stop, pero no nos sentíamos tan energéticos.

El bus nos llevaría de las islas al centro de Phnom Phen, todo un shock, su primera parada fue la frontera sur de Laos con el norte de Camboya.

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Minimalista, simple, austero, humilde... le podríamos dar cientos de occidentales pseudónimos a este paisaje de nada en medio de la nada.

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Imaginad una carretera de tierra, como una pista forestal recta como una flecha y a ambos lados pocos árboles secos y villas pobres de casas de paja con animales escuálidos tratando de pastar en lo imposible.

Xavi despertó de un mal sueño bacheado con ese sudor que cae de la ceja al ojo, y escuece como ácido en la mañana. Frotándose la cara comparaba el paisaje con la ruta de Dakar a Gambia... y a pocos km dejábamos el Mekong y sus islas, con juncos verdes y palmerales...

La frontera no era más que dos chozas de paja, y difícilmente se distinguía la señal de sellado de pasaportes de la salida de Laos. Allí estaban los militares semi-uniformados tumbados en hamacas, bebiendo "Lao Lao" (como el orujo casero de allí, os podéis imaginar) y limpiando sus armas. En la caseta de sellado nos pedían una comisión de dos dólares por persona, argumentando esta tasa con que era fin de semana y que la tinta de los sellos cuesta dinero.

Tras este curioso check-point teníamos que andar 1km aproximádamente hasta tierra Camboyana donde, además de los 20US$ de la visa , había otra comisión por la tinta y el domingo.

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Estas pequeñas comisiones extras son lo mínimo en la tremenda corrupción de estos países, donde casi todo se arregla con dinero, como en todos sitios, no nos engañemos; pero aquí los mecanismos de regulación son más vulnerables y se venden fácilmente.

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Una dificil despedida

Como exiliados marchamos de unas tierras que habíamos hecho nuestras, las islas y su gente en pocos días nos habían cautivado y salir de allí se hizo difícil.

Los últimos días los aprovechamos al máximo, alquilamos bicicletas y no dejamos un palmo de tierra sin visitar, aprendimos a saltarnos los controles donde te cobraban por cruzar de un lado al otro de la isla, y encontramos las villas perdidas custodiadas por campesinos, que en vez de rastrillo llevaban AK-47, jugamos hasta el atardecer con los niños al fútbol, y volvíamos de noche, arriesgando en la oscuridad, y no había un día que no devolviésemos la bici con algún tipo de avería.

En definitiva, volvíamos como si fuera la última hora de nuestras vidas (positivamente, con ganas de vivir...); y finalmente marchamos melancólicos al tránsito de autobuses y viajeros, cruces fronterizos, baches, polvo, sudar y dormir despierto con tortículis crónica de la jornada de autobús.

las 4.000 Islas y su mar fluvial

4.000 Islas, Laos, 26 de febrero de 2008.

Hemos llegado a las cuatro mil islas que se forman en el Mekong, al final de su recorrido por las tierras de la república democrática de la gente de Laos, o algo así se llama este país, según pone en los escudos y placas oficiales.

Las historias se amontonan en mi cabeza y en esta su dificultad de resumir, y las ganas de contarlo todo y que no quede un detalle en el tintero.

En un mapa, de estos que se doblan en decenas de trozos, y que pocas veces uno lo recompone como es debido, voy marcando el recorrido de nuestro viaje, con un bolígrafo negro subrayo la ruta y hago una circunferencia en las paradas y me parece increíble, la cercanía de todo, la accesibilidad del mundo y su belleza.

Como ya he dicho, en estos países hay rutas turísticas muy marcadas y en muchos de sus destinos vamos parando, sitios como Pai (Tailandia), o Vang Vieng (Laos), o aquí, en esta isla de mochileros y búfalos compartiendo las playas del Mekong.

Es gracioso encontrarse a la misma gente en diferentes países y a tantos kilómetros de distancia, es como un barrio, como una ciudad que se extiende en cinco países.

Nuestro primer grupo se formó en Pai, donde el equipo de inquilinos de "Unicorn Guesthouse" empezó a conocerse y a realizar actividades en conjunto, fue maravilloso. El segundo se formó en un treking por la selva del norte de Laos, donde para dirigirnos de Pai a Vang Vieng, en Laos, decidimos evitar la super turística travesía del rió Mekong entre la frontera Tai-Lao, y alternativamente recorrer un poco el norte de este país y sus selvas, así que nos dirigimos de nuevo al norte, y allí es donde conocimos al "2nd team" y aún más maravilloso.

Menudo "2nd team", nueve españoles en el triángulo de oro, casi en las fronteras de Birmania y China, cerca del lugar por donde navegamos hace ya como un mes, de China a Tailandia en aquel moderno y potente barco.

El equipo compuesto por un nuevo Xavi, escalador en misión abortada por una leve, pero condicionante lesión, ahora viajando en solitario, y en vez de acompañado por sus compañeros de escalada, dos españolas aventureras que conoció en otro trek.

Cristina y Becky, de Aranjuez y Toledo respectivamente, estan viajando en maratón con un ritmo increíble. Recorriendo países como paradas de metro, con vitalidad y alegria, sin cansancio aparente y disfrutando cada minuto.

Y a este grupo se unió Nacho, un joven donostiarra, viajero solitario y tremendamente interesante, ahora esta en Birmania, fuera de los circuitos turísticos de los que hablábamos y disfrutando de la recta final del viaje antes de su vuelta.

Y con Mara, Darío, Xavi y yo, pues os podéis imaginar que pedazo de equipazo tuvimos para el treking.

Nuestro encuentro fue en Muang Sing, dos horas al norte de Luang Namtha, la capital de la provincia.

Allí nos dirigimos para hacer un trek por la selva ya que según habíamos leído en nuestra guía, en esta zona se organizaban eco-treks de bajo impacto en zonas protegidas por la unesco.

Fue duro, surrealista y maravilloso al mismo tiempo; dos días andando y una noche en una aldea perdida en la selva. El treking incluia comida, agua y masaje en la aldea donde hacíamos noche.

Teníamos tres guias, dos de la empresa de treks y con conocimientos de inglés y el tercero de alguna aldea de la zona que sería el que marcaría el camino por la jungla.

Nosotros, en nuestra realidad particular, andábamos preocupados por la ropa técnica que llevar y los preparativos, el tiempo no era de lo mejor y corríamos riesgo de lluvia y frio, así que nos equipamos bien; con nuestros forros polares, calzado "gore-tex" con suela "Vibran", mantas de fibra, toallas de secado rápido, parte del botiquín, etc etc...

Por el contrario nuestros guias llevaban calzado de trabajo, unas botas de cuero y puntera reforzada con rotos y fisuras por todas partes, además de mochilas baratas cargadas hasta arriba con nuestra comida.

El guia local es quien debe llevarse el premio al cumplimiento de objetivos sin equipación ninguna. Vestía un pantalón de pinzas negro y una camisa blanca, además de alguna camiseta interior y no solo eso, sino que calzaba unas chanclas de esas de goma que se agarran al hueco que hay entre los dedos. Fue increíble, mientras todos pedíamos tiempo para una parada y un trago de agua, el se fumaba un cigarro, y mientras nosotros sudábamos y andábamos quitando y poniéndonos capas, él ni siquiera se despeinaba, unos 20 años debía tener el figura.

El primer día andamos unas seis o siete horas por la selva, maravilloso ecosistema. Nos adentrábamos por los senderos que llevan a las villas, a las cuales, en algunos casos, solo se puede acceder andando. La vegetación es asombrosa, impenetrable, es como un torrente de vida salvaje a cada paso.

Subimos y bajamos tremendas colinas y en las alturas las nubes pasaban cerca y a veces nos adentrábamos en ellas. Cuando los árboles de la selva peinan las nubes llueve, y cuando falta vegetación o hay un claro el sol azota y la sequedad se siente, pero, en tres metros vuelve a llover, de nuevo las plantas arrancan su alimento a esas entrometidas nubes que se rascan en las cimas. Es mágica la sensación de tanta actividad natural concentrada.

La llegada a la aldea fue un respiro, estábamos desacostumbrados a tanta actividad física, pero muy agradecidos de haberlo hecho. Allí vivían doce familias, unas setenta y tantas personas, y allí es donde pasaríamos la noche. La "guest house" era una casa más de la aldea, de madera y techos de paja, con pilares de madera que elevan la estructura del suelo. La ducha, la fuente, el grifo; todo eran uno y estaba en el centro de la localidad. La electricidad existía, pero para quehaceres limitados y producida por un viejo generador atado a una gigantesca dinamo.

En cuanto llegamos echaron a algunos animales que habían ocupado la casa que nos correspondía a los "turistas", y nuestros incansables guias empezaron a preparar la cena; en el suelo, con leña y los instrumentos justos, nos cocinaron un manjar.

Después de la cena, se supone que había un masaje, según nos dijeron en la oficina al contratar el trek y así fue, el surrealismo comenzó. En lo que se supone que debía de ser nuestra habitación comenzaron a entrar desde gallos a niños, nos sentamos en círculo y empezaron a beber lao lao (orujo casero local) y a cantar. Esta gente a falta de televisión y otros entretenimientos, no os imaginas la de recursos que tienen y la cantidad de canciones que se saben de memoria.

Al rato entraron las mujeres del pueblo y nos empezaron a dar los masajes, y allí estábamos estirados, los nueve españoles, hechos polvo tras la caminata, recibiendo un fantástico masaje mientras el resto del pueblo bebía y cantaba en nuestra habitación.

Terminado el masaje nos unimos a la fiesta y cantamos con ellos hasta la madrugada, aunque cuando nos tocaba exponer nuestras canciones, poco más que un "cumpleaños feliz..." salía de nuestras entumecidas neuronas. Lo pasamos bien.

Así que ahí es donde se formó este maravilloso grupo, que más tarde, a excepción de Nacho, una pena, se volvió a juntar en Luang Prabang y aquí en las cuatro mil islas despedimos a Crispi y Becky, hasta un próximo encuentro.

Así que aquí estamos en una sensación marítima en la rivera de un río, que no cualquier río, disfrutando de otro punto en las rutas de los mochileros, y respirando la tranquilidad de la falta de carreteras y la ausencia de electricidad pasadas las 22h.

Hoy no me queda más batería y tengo aun cientos de cosas que contar así que en cuanto pueda continuo con la petanca en Laos, Rory y Ariel, el tubing, el "money-kip" no money, no cave... el seguimiento de 2 camisetas Zapatilla por el mundo, los pan cakes, mi hombro dislocado de nuevo, las peleas de gallos, la escalada.... uffff... el reencuentro de los equipos...

Hasta pronto pues!!!

4.000 Islas, Laos.

4.000 Islas, Laos, 28 de febrero de 2008.

Ayer nos cambiamos a la zona del atardecer de la isla, el descansillo abalconado de nuestras cabañitas adosadas encara el horizonte. Tras unos juncos y la vegetación habitual de las riveras de un rio, se extiende un manto de agua tranquila y numerosos islotes verdes se pierden en la lejania de la mirada. La arena de playa de rio y el agua dulce personalizan estas islas, que sin olor a salitre ni horizontes planos, alcanza una sensación costera indescriptible.

Creo que en lo que llevamos de viaje hemos depurado bastante nuestro estilo de vida viajera, intentamos evadir hoteles oficiales, como los que suelen construirse en las estaciones de autobús, siguiendo su misma linea de cemento gris, con viejos ventiladores roñosos, y fluorescentes que parpadean al subir las escaleras.

También intentamos evitar los que dan comisión a los taxistas por llevarte y te asaltan con tours y actividades que contratar cada mañana.

Así que el estilo de "guest house" por el que ahora nos decantamos es por el de las empresas familiares, con el equipo al completo viviendo del negocio. Normalmente en la recepción esta la cocina, la vivienda, el restaurante al aire libre y los animales alrededor comiendo y engordando, recibiendo todo el amor para luego ser servidos en deliciosos menús.

Desde el centro neurálgico se extienden las cabañas, y en la vejez y deterioro de las mismas, se visualiza el desarrollo urbanístico de la "guest house", intuyendo cuales fueron las primeras y hacia donde ha crecido el negocio.

En la familia están todos, de la abuela a los nietos, y se concentran a ver la tele, del atardecer a las diez, que es cuando los generadores se encienden y se aprovechan las pocas horas de electricidad en la isla.

Así que aquí estoy, mirándoles y compartiendo enchufe para cargar el ordenador, y a su vez, bebiendo batidos de coco natural con hielo y menta triturada.

El humos de la marihuana sube entre las juntas de los tablones de madera del suelo, debajo esta el muelle de la casa, donde llega el correo, donde se bañan los niños, y donde amarra el tío pescador, llegado de la oscuridad de grillos de alta mar fluvial, carente de faros ni luces de navegación. Agarra el grueso porro con los pocos dientes que le quedan y saluda sonriente a los niños, a los clientes, y al que mire; parece un hombre entrañable.

Estas islas son de cuento, de plató de televisión, muchas de ellas pequeñas y otras más o menos grandes, pero 4000 es la cantidad. El rió ejerce de mar en todos los sentidos, las playas son numerosas y la vegetación es rica de las riveras al interior.

De la cama al agua hay dos metros, y hasta la isla de enfrente, sin civilización y con playas de arena fina y juncos verdes, unos 300 metros, así que por la mañana, a modo de ducha y para abrir el apetito a un desayuno tropical, nos cruzamos a la playa de enfrente, tomamos un ratito el sol y nos volvemos.

Los barcos son largos y delgados, hechos de madera, agrietada con el tiempo, obligando al achique cada pocos segundos. Ayer alquilamos uno de ellos, supongo que para curarse en salud, la salud de su barco, nos dieron el menos valioso y más deteriorado; sin motor, por supuesto, y con más grietas que las casas del casco antiguo de Toledo.

Estas barquitas suelen ser para dos pescadores, la red y los peces, pero en este caso, íbamos Mara, Dario, el mítico Boludo, del que ya hablaremos en su momento, Xavi y yo. La descoordinación era absoluta y la embarcación se balanceaba violentamente, había una mezcla de picardía, riesgo y responsabilidad que ayudaba al balanceo.

Como es normal todos queríamos remar y todos tomábamos iniciativa propia, cuando veíamos que nos desviábamos hacia un lado, todos remábamos hacia el otro, ejerciendo demasiado peso sobre un solo lado y creando el caos una y otra vez.

Resultaba imposible coordinarnos y aun más difícil llegar al destino abstracto que marcábamos. Combinábamos una serie de fatales factores: estábamos cansados, sin práctica alguna ni consejo anterior en tan delicada embarcación, con gran ansia de protagonismo en la novedosa actividad, y lo peor, sin consenso alguno en cuanto a nuestro punto de destino.

Mientras el agua se colaba en las grietas, y la corriente antes imperceptible nos arrastraba rió abajo, los observadores desde la costa se reían, y el alemán que nos había alquilado la barca no nos quitaba ojo de encima.

El alemán es un extraño huésped de esta "guest house", es el camello, el enlace con lo excéntrico de Europa y el cliente más habitual.

Será un hombre de unos cuarenta largos tirando a poco, con espaldas anchas y los hombros bajos, con poco pelo pero largo, canosos y liso, y los ojos muy azules; la piel de la cara la tiene extraña y su mirada se arrastra. Los ojos los tiene siempre bien abiertos y su acento alemán le acompaña mientras murmura en sus partidas de cartas al solitario.

Lo más curioso en este hombre son sus pechos neumáticos y sus pezones redondos y prominentes, anda tieso y encogido a la vez y sonríe a las miradas agenas. Al parecer lleva cerca de diez años en la isla y ayuda a esta familia con el negocio.

Hoy iré a hablar con él y que nos aconseje desde la voz de la experiencia, que diez años por aquí es ser ya todo un veterano; cómo llegar de la manera más económica hasta la capital de Cambodia, o en su defecto a los templos de Ankor... así que hasta entonces.

Vang Vieng, Laos.

Vang Vieng, 20 de Febrero de 2008
Una vez más despierto en otro sueño, con grandes legañas, semejantes a las chorreras de roca caliza donde ayer nos desplomábamos. Me han despertado los ruidos de la constucción de otra cabaña como la nuestra, son las 8:30 de la mañana pero no tengo de qué quejarme; la montaña se eleva a mi derecha y el pueblo, tras un rio, comunicado por débiles puentes de madera, se extiende sobre una planicie que queda a mi izquierda. En la puerta de mi cabaña hay una hamaca, y a pocos metros se puede desayunar un manjar cada mañana, hoy ha sido una ensalada de frutas, con mango, papaya, piña, plátano y sandía; un bocadillo de bacon, queso y ensalada, y un buen café Lao con leche condensada.

Mientras escribo esto, se asoma a saludar una pequeña de unos cuatro años, que en lugar de chupete, lleva un trozo de plástico en la boca, dos cortas coletitas, y en los pantalones un agujero y el culito al aire, para sustituir los pañales.

Aquí los niños se merecen mucho más que una mención, se merecen mil sonrisas y nuestros mejores deseos. Son lo que el adulto añora, la inocencia y la curiosidad; la poesía de la vida, son la ostia, con perdón.

Creo que son veces contadas, las que he visto a un niño patalear, con un berrinche a la europea en estas tierras. Y perdería la cuenta si pienso en las veces que he visto la mirada de un hombre o una mujer en el cuerpo de un niño, de un hombre inocente, de una mujer curiosa, de un trabajador honrado; de una persona con valores, con derechos y obligaciones.

Una cosa no quita la otra, es una pena que falte sanidad, que no puedan acceder a una educación todos los hijos de una familia, es una pena la falta de servicios y muchos de esos derechos; pero desgraciadamente no soy un sociólogo ni sé mucho de historia para decir que le sobra o le falta a este país, y me limito a observar la mirada o la sonrisa del que me trae el café, o al que le pregunto el nombre de una calle.

Mi humilde conclusión al respecto es que, en el terreno que si conozco, que es mi país y mi gente, falta un poquito de marcha, y sobra protección y mimos; niños que no valoran nada en absoluto y sus pobres padres que no hacen nada al respecto. Aquí y allá, todos formamos parte de la misma especie, por qué aquí un niño puede arrastrarse, caerse y aprender; aburrirse y buscar fuentes de entretenimiento; aprender valores sin caer en los tópicos de la educación occidental, del "niño que te caes", o "niño deja eso".

Y que no falte, niños sociables donde los haya, sin miedo de comunicarse, por diferente que parezcas, sin correr a los brazos de los padres porque un extraño les ha saludado con la mano y les ha preguntado por su nombre. Creo que todo esto viene de algo tan básico como saber buscarse la vida, y aquí supervivencia les sobra.

Tal vez sean sus genes, porque aquí la gente es tremendamente agradable y servicial, aunque seas turista y en cualquier país de la zona despiertes un ánimo lucrativo, olvidándonos de ese inevitable factor, creo que es el país donde más calor humano estoy encontrando, y donde la sonrisa y el saludo nunca faltan.

La verdad es que nuestro inicio del viaje y calentamiento por China nos ha ayudado mucho, y ahora recuerdo nuestro enfado con el mundo con humor, que es lo que entonces nos faltó. El aprendizaje es lento, pero poco a poco te vas dando cuenta de la realidad de las cosas.

Viajar con ventaja es fácil, solo tienes que tener dinero y no salirte de los circuitos, donde encontrarás servicios hechos a tu medida, gente como tú, y disfrutar del espejismo; pero, ¿es eso lo que realmente buscas en un viaje?, yo, poco a poco voy descubriendo que no.

Esto no quiere decir que no disfrute un buen bocadillo en la mañana, o que no agradezca el encontrar un hotel sin dar dos vueltas; o que pueda mandar estos correos, comunicarme en ingles, encontrarme con viajeros como yo... etc.

Los destinos turísticos, en Asia o en Europa cuentan con la misma estructura, parques de atracciones para visitantes. Que puedan ver los atractivos del lugar, que coticen pagando las entradas y los cargos, y que no les falte de nada para que se queden el mayor tiempo posible.

Así que aquí estamos, en un escenario de auténtico relax con todo lo que podemos pedir, y yo lo voy a disfrutar, eso sí, en cuanto tenga la oportunidad, me mezclaré con los locales e intentaré salirme de los circuitos un poquito para contaros cómo de verdad se vive en estas tierras; y a mi vuelta a las rutas marcadas os mandare un mail desde algún centro lleno de turistas como yo.