domingo, 1 de junio de 2008

Malasia experience

Viajamos de Hat Yai a Penang (George Town), una isla al noroeste de Malasia, muy conocida como lugar de tramitación de visados y como puente al norte de Sumatra, nuestro caso. El viaje, en mini van, y curiosamente sin paradas en restaurantes que dan comisión a los conductores, nos costó 250 Bats.

El paso fronterizo de Thailandia a Malasia, uno más, pero con la curiosidad de que inmediatamente después de anunciar la pena de muerte por consumo de drogas en multitud de carteles, podíamos comprar camisetas con la hoja de marihuana y demás simbología contradictoria a su aterradora política, la horca.

El uso del alfabeto romano, las autopistas, los cochazos, y ya no todos pick up, como en Tailandia; dan a Malasia un aspecto de país rico frente a los que le rodean. También, al menos en Penang, la población habla inglés, y a su vez todo esta traducido al chino, lo que resulta muy curioso, ya que te ves en un país musulmán, desarrollado, que te transporta al oriente de los países árabes, pero con una tremenda mezcla de indús, budistas y chinos, compartiendo el cantar de los muecines que llaman al rezo cada día.

Nos alojamos bastante barato en el centro de la ciudad, cerquita del puerto de donde sale el fery a Sumatra, nuestro último destino antes de volver a casa. Una habitación para tres nos costó 25 Rupias, que viene a ser 250 Bats.

A pocos minutos andando hay un barrio conocido como "little india", que según las guias es como un viaje rápido a las entrañas de este país, pero según Colo, que de India sabe bastante, un barrio de ciudad en India sin suciedad, basura ni mendicidad; trístemente se parece poco a la India. La comida estaba bastante buena y la música sonaba en la puerta de cada establecimiento a todo trapo. Además vendían todo tipo de avalorios para las mujeres, como pulseras de cristal y piedras para pegarlas en la piel.

Tras "little india" un enorme centro comercial, que visitamos con la morriña de Europa. Cinco plantas de moda inglesa para chicas provocativas, que no se a quienes aplicará en un país de velo, además de tiendas de electrónica y todo lo que ya sabemos que aloja un centro comercial.

Nosotros fuimos allí a relajarnos y a cenar como reyes, y así fue. Primero encontramos una tienda de sillones de masaje, máquinas de reflexología de altísima tecnología, atriles que temblaban para reducir la grasa de culito y barriga, y un largo etcétera que probamos del primer al último de los productos. Y después de los masajitos nos dimos un homenaje de shushi, en uno de estos restaurantes que tienen una cinta transportadora donde los platos, diferenciados por colores, circulan por las mesas y la barra para que elijas el que quieras. Para mí esta nueva forma de tapeo fue una perdición, que me habría arruinado el fin de semana en cualquier otro lugar, pero aquí por seis o siete euros, me hinché a shushi; desde salmón crudo, algas, cangrejo, arroces y todo con salsa de soja y wasaby, que es una forma muy rica de comer picante.

Esta mañana hemos venido a coger el ferry hacia Sumatra, y sin comerlo ni beberlo, nos vamos con una rutilla muy bien definida, gracias a los amables consejos de la gente que trabaja en el puerto.

El barco es uno de estos rápidos, con apenas puente donde salir, y con butacas de avión y televisión, bar y esa clase de facilidades. Una de las curiosidades es que a la entrada nos separaron, y la cosa es que no se muy bien en que tipo de grupos, el que sí que está bien definido es el de los turistas, en una parte del barco, y los demás en otra, con menos espacio, y en un nivel más alto, por lo tanto con más movimiento y cerquita del baño por aquello del aroma.

La programación de la tele empezó muy bien, con la mítica serie para niños, "Barrio Sésamo", que nos hizo volar sobre los resquicios de nuestra infancia, y después se fue corrompiendo, como todo; y pasando por un par de películas de bajo presupuesto, desembocó en un disparate de videos de música árabe, con una estética más que provocativa y a un volumen atronador.

Gracias a Dios que fue un fallo de la tripulación con los ajustes de nuestra zona, la de los turistas, por eso de que ellos no bajan, faltaba testar estos ajustes. Así que la solución fue fácil, pedir que bajaran el volumen de nuestra sala, y por unanimidad apagar nosotros mismos la televisión, en aquello que parecía una clase sin profesor.

Y llegamos a Belawan, Indonesia.

1 comentario:

Nómadas dijo...

Que lástima.. todo llega a su final y es que me lo estaba pasando pipar con vuestro blog...espaero que la próxima aventura sea igual de potente.