domingo, 1 de junio de 2008

Cosas del destino, Ranong

Terminados los trámites burocráticos a los que habíamos venido a Ranong, decidimos marcharnos hacia Krabi, a las playas de Ton Sai y Railay, donde la escalada es el máximo atractivo, los precios son baratos, las aguas limpias, y el ambiente relajado, o al menos eso era lo que nos habían contado.

Llegamos a la estación de autobuses y encontramos allí al taxista que nos recogió al llegar de Chumphong, y que fue víctima de la carrera sin victoria para sellar el pasaporte. Nos informó de que no era posible ir a Krabi hasta la mañana siguiente y que nos íbamos a tener que quedar en algún hostal de la zona.

Nos alojamos en "Magnolia Guest House", lugar lúgubre, más de paso que ningún otro, situado en la misma estación de autobuses, y con dos curiosas hermanas regentándolo; una gorda, con carácter fuerte y puro nervio, y la otra delgadísima, con una amable sonrisa en su cara de adulta machacada, y pelo corto.

Aquella noche en Ranong parecía no tener nada de interesante, nuestra única misión en la ciudad era salir de allí dirección Krabi, y no era posible hasta la mañana siguiente. Además la guía de viaje lo terminaba de confirmar, no recomendaba Ranong para nada más que hacer visas o de camino a algunas islas.

Pero tras la tranquilidad de la tarde viendo algunos vídeos, ya de noche nos fuimos a pasear, y mirando al cielo unas luces se cruzaron. Enfocaban el infinito con movimientos mecánicos y periódicos, dando a entender que en el lugar de origen se cocía algo, o al menos ese es el concepto que nosotros tenemos, menos en el caso de Batman que es para llamar al super héroe.

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Nos acercamos desde la oscuridad de la rivera del rió, y poco a poco fuimos definiendo una fiesta popular, primero vimos el escenario a un lado del rió, con fuentes de colores moviéndose al ritmos de la música, y al otro lado se extendía una feria. Una feria en condiciones, una feria enorme, una feria familiar y cercana; y según nos acercábamos sentíamos la excitación de un niño cuando la feria llega a su ciudad.

Una vez dentro, recorrimos los puestos, y empezamos a asimilar el descubrimiento. La feria de aquella ciudad provinciana, de aquel enclave sin atractivo, nos estaba sorprendiendo. Los precios de risa, y la comida increíble, desde paella, callos, sushi, pinchos, pasteles, insectos, pescados... hasta las tómbolas del perrito piloto, las escopetas de feria; una exposición de coches "tunning", pero sin el macarreo que en España conlleva, y mucho más estéticos; también había un cine de verano, en la lejanía, por el aparcamiento, donde los jóvenes irán a meterse mano; y al lado del cine unos coces de choque salvajes, con música máquina y verjas alrededor, para que las bestias no salgan supongo, o para que los mirones no se lancen a la pista.

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Nosotros comimos para un mes, probándolo todo; alucinábamos con no encontrar ni un solo turista, todo a precio local y rodeado de tailandeses disfrutando una feria como nosotros la entendemos, me sentí muy acogido y cercano a aquella fiesta.

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Tras comer y pasear nos dispusimos a ver qué alojaba aquel escenario tan sólido. En el intermedio las fuentes del rió hacían formas y colores; una sencilla coreografía que hacía la espera amena. Entonces se puso a tocar un grupo de reggae y nos recordó a "Job2do", al festival de Pai, y nos sentamos como todos los demás observando un movido concierto desde el suelo, los tailandeses no suelen saltar y bailar en los conciertos; y digo no suelen porque al mirar a nuestra izquierda vimos a un pequeño grupo de "falangs" con los thais occidentalizados, de rastas y estética hippie, bailando como en un gran festival. Allí estaba también uno de los buceadores que habíamos conocido en Ko Tao, y nos preguntó que si conocíamos a "Job2do", entonces entendimos todo: No era una verbena cualquiera, era el grupo cabeza de cartel del festival de Pai, era el grupo de reggae tailandés del que nos sabíamos canciones y del cual andábamos siempre buscando su disco.

Saltamos como poseídos el resto del concierto, haciendo amigos Thai y comentando el que muchos habíamos coincidido meses atrás, al norte del país en el festival de Pai. Cuando llegaron a las últimas canciones, a los amagos de terminar, pedimos más, una, dos y hasta tres veces, y cuando ya no les quedaba repertorio y parecía que iban a marcharse, le preguntamos a los locales como se pedía en tailandés la canción que nosotros conocíamos. Y como dos buenos escandalosos españoles gritamos las cuatro palabras sin parar hasta que los músicos volvieron al escenario.

Había una pasarela, como un andamiaje cubierto de tela, que unía el escenario con el lado del público, cruzando el rio. Este paso diseñado para cruzar el cableaje y para que pasen los técnicos, lo utilizamos en el desmadre final, animando a todo el mundo a conquistar el escenario. El cantante no se marchó hasta que la canción no terminó y el desconcierto reinó entre la organización. Aquí no hay gorilas ciclados, ni expresidiarios encargados de la seguridad, ni tampoco suele haber descerebrados que demanden tales medidas, así que sacamos al personal de la tónica general.

Tras el final de la revolución, nos fuimos con uno de los colegas thai que habíamos hecho, y juntos, ayudamos a la mujer a recoger el puesto de juguetes que tenía en la feria, después nos llevaron al hotel, y a la mañana siguiente nos fuimos sonrientes de Ranong, habiendo vivido otra fiesta diferente.

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